Lectura complementaria
(26/09/2015)
(26/09/2015)
Era una vez una casa en la que había una habitación muy amplia. Por la
mañana, los rayos del sol penetraban con dificultad por la ventana que, con el
tiempo y el descuido, se había vuelto opaca y amarillenta. Aquella habitación
que, por su orientación debía ser cálida y acogedora, era un cuarto oscuro,
frío y húmedo en el que no se antojaba estar.
Cierto día el dueño de la casa entró en aquella habitación y recordó su
infancia; Cuando era pequeño, su madre acostumbraba llevarlo a esa habitación
y, en las mañanas de invierno, lo sentaba bajo los cálidos rayos del sol que
entraban por la ventana y le acercaba algunos juguetes para que se
entretuviera. Después ella tomaba su tejido, se sentaba en el sillón y lo observaba
jugar. ¡Era tan agradable estar ahí! Los rayos del sol lo calentaban y era, por
así decirlo, como una prolongación de los brazos llenos de ternura de su madre.
-¿Qué ha sucedido que ahora esta habitación es tan oscura y fría?- se
preguntó aquel hombre. Y acercándose a la ventana se dio cuenta de que estaba
opaca y sucia; incluso era difícil ver lo que había en el exterior.
Entonces llamó a su mujer y comenzaron a limpiar los cristales y a ordenar
aquel cuarto tan lleno de gratos recuerdos. El sol pasó sin dificultad por el
cristal limpio y llenó de cálida luz la habitación. Entonces aquel hombre, como
cuando era niño, se sentó junto a la ventana y experimentó el abrazo cálido de
su madre que llegaba hasta él en aquellos rayos del sol de la mañana.
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